Jesús Aparicio es un tarifeño de 66 años que, con el paso del tiempo, ha logrado el reconocimiento del mundo del arte, que se ha inclinado asombrado a la frenética e inacabable factoría escultórica que emana de su pequeño retiro francés.
Su vinculación al país galo le nació del mismo lugar que nace su obra: del corazón. Allí conoció a la que hoy es su mujer en 1968, durante un viaje de vacaciones. Regresó a Barcelona, donde vivía entonces, para finalmente instalarse a los pocos meses en el país vecino.
Desde su juventud le nació la inquietud artística, que cultivó de forma académica en las escuelas de Maestría de Huelva y Sevilla. Sus sueños y sus ideas viajaron con él a Barcelona, donde comenzó a trabajar más en el ámbito de la pintura, donde comenzó a dedicarse al bajorrelieve (en cobre y latón) y a la realización de muebles en hierro forjado.
Las carencias de medios se hicieron notar durante sus primeros años artísticos en Francia, donde llegaba incluso a emplear las sábanas de su suegra como lienzos para sus cuadros.
Finalmente, su inquietud artística acabó plenamente volcada al mundo de la escultura en hierro forjado, un universo que le fue abriendo un maravilloso abanico de formas, representaciones y alusiones a obras cumbres de la historia del arte.
Pero sería un restaurante que el propio Jesús Aparicio abrió en la localidad francesa de Rieucros, el que le serviría de trampolín. Su intención era, sin embargo, otra, la de “unir el placer de la boca y de los ojos”, según afirma, ya que fue decorando el restaurante que las obras que nacían de su inacabable ingenio.
Allí comenzó a descubrir su obra gente importante, con capacidad económica y con ambición de mecenas, y sus cuadros y esculturas empezaron a revalorizarse, a medida que iban entrando en las colecciones de arte de todo el mundo.
Kentucky, Fez, Omburg, Djibouti, Lyon, Sevilla, Puerto Banús... son sólo algunos de los lugares a donde han viajado sus obras para quedarse como testigo de la altura artística de un campogibraltareño con un unánime reconocimiento internacional.
La proyección de la venta de sus obras y la difusión otorgada por dichos mecenas empiezan a impulsar hace décadas el prestigio de Jesús Aparicio, que empieza a exponer en las más importantes salas del mundo.
Producción
Entre las obras más destacadas de su ingente producción destaca el Gernika en tres dimensiones, para el que empleó tres meses y medio; el Quijote, o Cristo crucificado. Sin embargo, es en la figura de la mujer donde más sobresale el talento de Aparicio.
La delicadeza de la forma, la evocación sensual, la perfección de las curvas... Un universo inacabable en el que se ha cebado su imaginario artístico, que también ha coqueteado de forma directa con el mundo de la música y las multiformes posibilidades de los instrumentos.
Jesús Aparicio obtiene la materia prima de una fábrica de hierro situada cerca de su casa. Allí obtiene placas de tres milímetros con las que empieza a trazar el dibujo, en frío. Luego, tras aplicarle un patinado, culmina el trabajo con el soplete.
Su formación ha sido prácticamente autodidacta, aunque reconoce la influencia que sobre su obra han ejercido artistas contemporáneos como Barceló o Jaume Plensa.
En alguna ocasión ha bromeado asegurando que él no es un artista. “Yo soy un chatarrero”, afirma riendo, al tiempo que cambia el semblante para criticar a quienes se apropian de la palabra artista.
Pese a su creciente dimensión mundial, mantiene la humildad de limitarse a su creación artística, sin mayor ambición que la de seguir dando rienda suelta a una producción tan inacabable como asombrosa.
Su tierra aún le debe un reconocimiento que no ha recibido. Pero, fiel a su compromiso y su responsabilidad con el arte, rechaza la ambición del reconocimiento de un plumazo. “Mi problema no es que mi obra guste, es seguir creando”.