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Desde la Bahía

Un día cualquiera

Se trabaja en equipo, pero hay que respetar las individualidades que deben ir dirigidas a conseguir un mismo fin

Publicado: 24/11/2024 ·
14:08
· Actualizado: 24/11/2024 · 14:08
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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No importa que llueva. Hay que llevar siempre paraguas y gabardina para no tener que faltar nunca a los sitios en que se nos espera con amistad y alegría. Tenemos que aprender a aspirar el aroma de la rosa, aún cuando comience a estar deshecha, llevar siempre las alforjas cargadas de ternura, amabilidad y ganas de agradar.

Levantarse por la mañana y ver el azulado cielo que el alba muestra a nuestra retina, es comenzar una vida tras la irrealidad del sueño, envuelto en el sedoso tul de una atmosfera diáfana. La primera mirada en el espejo nos hace pensar que la imagen irreal quedará sujeta al marco del cristal, pero la real gozará durante el día  de la libertad necesaria para que las mejores cualidades humanas no queden aprisionadas. El agua del aseo mañanero es el bautismo de inocencia y falta de agresividad que una vida social precisa. El café es la pintura que va a dar imagen al lienzo del espíritu. Las tostadas son el alimento que la modesta gula precisa para mantener un estomago -alejado de la fantasía e imaginación-, que debe responder a las necesidades de un envoltorio físico -el cuerpo-, que tiene que guardar un alma ávida de escapar para conocer la gloria.

El ocio no es la felicidad ¡cómo vamos a tener tan simple finalidad en esta vida! Se trabaja para ganar el pan que el sudor consagra. Si no se cree en el mandato divino, se hace al menos por propia satisfacción para no tener que recoger del “suelo de la dádiva” lo que otros dejan caer para doblegar voluntades. La alegría, el compromiso y el esfuerzo darán a la labor del día esa imagen, propia de estar en una hornacina, que es la vocación. Ella hace que el trabajo tenga una base material y se fracasa cuando queremos incorporarle una influencia decisiva o un sentido divino. La vida se nos da, pero luego hay que hacerla a solas con sabiduría y responsabilidad.

Se trabaja en equipo, pero hay que respetar las individualidades que deben ir dirigidas a conseguir un mismo fin, teniendo siempre presente que de la agrupación de la mediocridad no saldrá, debido al número, una obra excelsa, aunque hay que tener el suficiente respeto y claridad de razonamiento para saber que las manos que llevan el “carrillo” de los materiales en una construcción, son tan importantes como las que dibujan el proyecto, siempre que cada una se mantenga dentro de su plano. Los colores, tan diversos e individuales, se unen dando lugar a una bella figura geométrica; el arco iris. No se está falto de ejemplos y no debe consentirse estar faltos de voluntad.

El agua del mar tiene una fiel compañera que es la salinidad, pero hay “plantas desaladoras”, una especie de ley de jubilación que las aparta definitivamente. Es el destino de la palabra “compañero” en las relaciones laborables, que deja de existir al terminar la vida activa. La amistad es la afinidad del hidrógeno por el oxigeno y viceversa, para dar lugar al agua. El separar estos elementos indicaría el fin del preciado líquido. La amistad verdadera solo la quiebra la muerte y, quizás, aunque con la duda que la razón impone, sea el óbito la puerta a cruzar para alcanzar la unión infinita.

Una tercera parte del día, al menos, la ocupa el trabajo retributivo. El sueño, la ciencia dice que debe tener una duración semejante. Calderón de la Barca puso a su obra más conocida y genial, el título de La vida es sueño, pero el sueño que él relata, es en realidad un pensamiento que examina las distintas clases sociales. El sueño no es vida, intrínsecamente, porque la vida solo merece la pena vivirla cuando participamos en todas sus variedades. El sueño aísla y es el descanso preciso para todos los tejidos corporales, con un “tickets de entrada” para el ilusorio “film” que, durante él, el cerebro se encarga de proyectar. Por eso el genio castellano terminó su comedia diciendo que aunque creamos que toda la vida es sueño, los sueños solo sueños son.

La música lánguida de suaves sonidos que el agua origina al deslizarse por las hojas caducas del árbol que alfombran el suelo, es la mejor compañía para el pensamiento nostálgico, triste ante la ausencia de seres o cosas perdidas y sereno ante los recuerdos que ocupan las páginas de la historia de su existencia. El cielo entre gris y rojo del ocaso otoñal, acompaña bondadosamente a las cansinas pisadas de la pareja de abuelos que llevan sus manos unidas y sus almas encajadas como el carbono en el diamante, sin posibilidad separativa. El apego y la ternura son los frutos que recogen de una vida compartida en la que sembraron los mejores valores que poseían y en la que siempre hubo lluvias de amor y algún aislado hueco de sequía. La ciencia aspira a erradicar la vejez y alargar la existencia. La vejez busca el rostro de un Dios que le dé la certeza de inmortalidad.

El lapso de ocho horas entre el sueño y la vida laboral es el intrincado bosque de la vida adulta, donde conviven desde los más bellos árboles a maliciosos reptiles. En él todos buscan la vereda que consiga una claridad nítida, pero hay tantos caminos que es fácil perderse. Sin embargo, es mayor el gozo de recorrerlos que la felicidad de la llegada. Es el tiempo del amor, la única flor que no marchita, su huella es imborrable. También es la hora del goce de los hijos, fruto del enamoramiento de las parejas, no de arrebatarle minutos al sueño; de la paz en el hogar; del trazar los planos por los que se guie nuestra vida en la intimidad fuera de lo exterior Pero no hay que olvidar el sentido práctico e indeleble de la vida, donde el lujo -entendido como lo que acompaña al bienestar- es como la campana de la iglesia que nunca será misa, pero que llamará más la atención que esta sagrada liturgia. Y como sinónimo de una necesidad imperante, está el dinero, aire metálico sin el que la vida se hace insoportable. No da la felicidad, pero puede comprarla.

El epílogo de este diario vivir es el descanso en el lecho, donde en soledad y al contacto con la almohada, la conciencia siente sed de verdad. Es entonces cuando no deben espantar las voces que suenan en el alma y aunque lluevan los pensamientos que no precisemos paraguas y gabardina para librarnos de ellos, porque la sinceridad y transparencia de los mismos no mojarán nuestra piel, iluminándola solamente con la alegría del deber cumplido.

 

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