El célebre Colegio de Huérfanos, pequeño pueblo dentro del pueblo y autosuficiente en todos los sentidos, disponía de economato, cocina, panadería, zapatería, lavandería, costurero, enfermería, capilla, cine, biblioteca y, naturalmente, aulas escolares. Durante largo tiempo lo dirigió aquella mujer tan querida por todos, Doña Trini, cuyo dulce y maternal recuerdo aún hoy día empaña los ojos de tantas antiguas alumnas.
También son rememoradas con viva emoción las maestras y monitoras de entonces, así como, entre otros eficientes empleados, Don Estanislao, el administrador, cuyo despacho se ubicaba a la derecha de la puerta principal, dentro del actual y amplio vestíbulo del reconvertido Centro Cultural. En el ala izquierda del vestíbulo se hallaba la conserjería y, en el lugar donde hoy se aloja la pequeña recepción, se encontraba la capilla, que también ocupaba parte del salón de actos, detrás de la recepción, bajo el techo del anfiteatro. La capilla quedaba, pues, dentro del salón de actos, separada del mismo por una gran mampara.
Curiosísima era la disposición de los asientos del salón. Los respaldos de las butacas podían acondicionarse hacia atrás o hacia delante, según se tratara de asistir a los oficios religiosos, en cuyo caso se enfilaba la vista hacia la capilla, o de presenciar los diversos actos culturales y recreativos (cine, teatro, fiestas de fin de curso, etc.), para lo cual se movían respaldo y asiento en dirección contraria, de cara al escenario.
Entre los trabajadores eran muy populares los jardineros, graciosamente llamados "hortelanos", a pesar de no haber huerta en el Colegio (aunque sí parece que existió algún cultivo hortícola en los primeros tiempos). El taller de costura se animaba cotidianamente con las nutridas voces de sus competentes menestralas, entre las que destacaba "Mariquita la Rubia". Del servicio de albañilería y pintura se encargaba Juan, padre de Emilio Gómez, conserje que fuera del actual Centro Cultural. Aunque Emilio no se crió interno en el Colegio, cimentó en él los días de su alegre infancia.
No pocas de las alumnas acogidas en el benéfico centro pertenecían a una misma familia, como las hermanas Montenegro, Carreño, Guillé, Capé, Llamas, Cabello… Algunas de las internas se casaron en la capilla del propio Colegio, como Brígida Montenegro y las hermanas Enriqueta, recientemente fallecida, y Antoñita Carreño, que no dejaron de residir en Torremolinos desde que salieran, convertidas en auténticas señoras, por las anchas puertas de su añorado Colegio de Huérfanos.
Cada 11 de mayo se celebraba el "día de los ferroviarios" y ese mismo día, en todas las sucursales del Colegio de Huérfanos de la península, hacían los niños y las niñas su Primera Comunión. En fecha tan señalada compartían los internos un desayuno extraordinario con los pocos familiares que les quedaban y que habían acudido a la emotiva ceremonia religiosa. Imprimía también el Colegio, a nivel nacional, un boletín mensual en el que se recogían los acontecimientos culturales, sociales y religiosos del mes, así como una selección de trabajos de redacción y poemas escolares, amén de comentarios y artículos del profesorado.
Desde el panorámico y luminoso ventanal de la cafetería del Centro Cultural Pablo Ruiz Picasso de Torremolinos, cafetería que fue el comedor de aquel añorado Colegio de Huérfanos, puede contemplarse hoy el mar exactamente igual que en la última década colegial lo contemplaban aquellas niñas, ya mujeres de provecho. Y aún parece que ese mar, cuando el viento acerca su murmullo al ventanal, se hace eco de las notas del viejo Himno que las pequeñas entonaban: "Colegio, santo Colegio / de Huérfanos de Ferroviarios, / tus muros hospitalarios / son el más preciado y regio / magisterio de honradez. / Guíenos siempre tu ejemplo, / ya que eres hogar y templo, / taller y escuela a la vez, / donde se forman con celo / jóvenes de recia entraña / que han de engrandecer a España…"