“He creado un Cristo humano y con sentido del humor, que es lo que le falta al de los Evangelios”, decía ayer en una entrevista con Efe Rivera Letelier (Talca, 1950), horas después de haber llegado de Chile para recoger el Premio Alfaguara que le dieron por esta novela en la que mezcla la crónica histórica y social con el humor, el surrealismo y la tragedia.
La dotación del premio, 141.778 euros, es ya motivo de alegría, pero a Rivera Letelier lo que más le “ilusiona” es la difusión internacional que garantiza este galardón. “En el fondo, lo que uno busca es que lo lean”, asegura.
Ambientada en el desierto chileno de Atacama, el mismo donde Rivera Letelier vivió durante 45 años, treinta de ellos “explotado como obrero”, la novela recrea las andanzas de Domingo Zárate Vera, un iluminado que se creía la reencarnación de Cristo y que en los años cuarenta recorrió el valle de Elqui dando sermones y anunciando el fin del mundo.
Este personaje, al que el poeta Nicanor Parra le dedicó dos libros, le es familiar a Rivera desde que tenía ocho años. Un día llegó a su casa “completamente descachalandrado” (desaliñado) y le dijeron que parecía “el Cristo de Elqui”, cuya cara, “cuarteada por el sol y el viento salitrero, era como un fragmento de la reseca geografía de la pampa”, escribe el propio autor.
El personaje de Domingo Zárate perseguía a Rivera Letelier desde hacía años.
Cuando escribió La reina Isabel cantaba rancheras, “una novela de putas”, de repente apareció el Cristo “en una escena muy breve.