La esperada semana del festival de Eurovisión arranca ya, pero llegar a Turín (norte de Italia) no fue un camino de rosas: la inédita expulsión de Rusia, la situación de los artistas ucranianos, las agitadas selecciones nacionales o una organización cuestionada acabaron sacudiendo esta fiesta de la música europea.
"Eurodrama": Dícese de aquel imprevisto surgido en el ámbito del Festival de Eurovisión que sume a sus seguidores en un estado momentáneo de desasosiego. Y de esto, este año, ha habido bastante.
Turín, una apacible ciudad a los pies de los Alpes, se convertirá desde el martes en el centro de la música internacional como sede del 66 festival europeo de la canción. Los días 10 y 12 de mayo serán las dos semifinales, mientras que el sábado 14 llegará la Gran Final.
Sus organizadores de la televisión pública italiana RAI reconocen que trabajan incansablemente desde aquella noche de mayo en la que los Maneskin triunfaron en Róterdam y que son conscientes de que no podrán descansar hasta entregar el Micrófono de Cristal al ganador.
Y es que los meses previos han estado salpicados por polémicas, tanto en las selecciones de algunos de los 40 estados participantes como por la organización de las galas italianas.
RUSIA, CERO POINTS
Como era de esperar, la guerra desatada tras la invasión rusa de Ucrania acabó salpicando este histórico certamen.
El 25 de febrero, solo un día después del comienzo del conflicto, la Unión Europea de Radiodifusión (EBU, en inglés) anunciaba que los artistas rusos quedaban excluidos como represalia.
"Esta decisión deriva de la preocupación de que, a tenor de la crisis sin precedentes en Ucrania, la inclusión de Rusia en el concurso de este año podría desacreditarlo", se justificaba.
La medida era el colofón de años de fricciones entre Rusia y Ucrania en el concurso, como cuando Moscú protestó por el triunfo en 2016 de Jamala con su canción sobre las purgas rusas a los tártaros.
Solo unas semanas después, la rusa Polina Gagarina, segunda en la edición de 2015 en Viena, aparecía cantando ante Vladimir Putin en la ceremonia de conmemoración de la anexión rusa de Crimea.
EL CASO UCRANIANO
En cualquier caso, Ucrania, que en veinte años ganó dos veces, ha decidido perseverar y acudir a Turín, a pesar de las bombas que caen cada día en sus ciudades.
No obstante, su candidatura también fue polémica. La cantante Alina Pash, la primera apuesta, no tuvo más remedio que retirarse tras descubrirse que en 2015 había viajado a Crimea, prohibido por las leyes de su país. "Soy una artista, no una política", se excusó.
En su lugar irá el grupo Kalush Orchestra con su tema "Stefania", cuyo vídeo de presentación ha tenido que grabarse en Polonia por obvias razones.
Otro quebradero de cabeza para los organizadores es contrarrestar los votos "por solidaridad" a Ucrania, aunque para ello confían en la valoración técnica del jurado, que pesa la mitad de la puntuación final.
TERREMOTOS NACIONALES
Otro de los "eurodramas" llegó en abril desde Israel, peso pesado del concurso y cuyo representante, Michael Ben David, estuvo a punto de quedarse en tierra por una huelga de los trabajadores del servicio de seguridad del país que impedía protegerle.
No obstante, la corporación israelí encontró "una solución al problema de seguridad" y el artista podrá cantar en Turín su pegadizo tema "I.M".
Muy sonada fue también la preselección española, con una Chanel alzada como ganadora entre gritos de tongo por los fanáticos de otras candidaturas, como la de Rigoberta Bandini o Tanxungueiras, a priori las grandes favoritas del público.
En Italia, ganar la preselección, el mítico Sanremo, fue "coser y cantar" para Mahmood y Blanco gracias a una balada, "Brividi", que conquistó al público italiano.
Pero el ruido llegó cuando uno de los aspirantes, el camaleónico Achile Lauro, decidió no rendirse y presentarse por San Marino, una diminuta república en lo alto de una montaña italiana. Y lo logró.
CRÍTICAS DE DESORGANIZACIÓN
A todo esto se suman las críticas de desorganización dirigidas al Eurovisión italiano. En primer lugar, los "eurofans" se han quejado por la tardanza en sacar a la venta las entradas, apenas un mes antes, y también por su elevado precio, algo ya habitual.
Su productora ejecutiva, Simona Martorelli, apuntó que simplemente hubo que esperar las instrucciones del Gobierno sobre restricciones contra el coronavirus. Y, a pesar de todo, las entradas se agoraron enseguida y solo quedan unas pocas para la primera semifinal.
Para colmo, el escenario del Estadio Olímpico de Turín, ideado como una representación natural de Italia, con un sol que gira, un frondoso jardín y una cascada de agua, no lucirá como se esperaba.
El problema se ha detectado en el conocido como "sol cinético", una enorme estructura de siete arcos concéntricos en la que los artistas podían -previo pago- mostrar proyecciones durante sus espectáculos pero que finalmente no se moverá por una avería en su motor.
No obstante, el escenario será "absolutamente excepcional", según promete el otro productor, Claudio Fasulo.
En cualquier caso, lo bueno es que Eurovisión vuelve en todo su esplendor tras más de dos años de pandemia y con aforo completo aunque, eso sí, la mascarilla seguirá siendo obligatoria entre su público. Pero ya se sabe, no hay mal que por bien no venga.
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Arranca la semana de Eurovisión: los eurodramas que marcaron el viaje a Italia
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