A estas alturas y pese a los negacionistas, las vacunas han demostrado que son el principal salvavidas al que podemos aferrarnos además de todas las medidas conocidas para convivir con el coronavirus. Digo bien convivir porque desaparecer, no va a desaparecer de nuestras vidas en muchos años, quien sabe lo que nos deparará el futuro.
Hay cuatro factores que tenemos que considerar en este virus para determinar el contagio: factores del propio virus como las mutaciones que lo hacen más contagioso, la inmunidad de la población adquirida por la vacunación o por pasar la enfermedad, la estacionalidad de la que he escrito que se comporta como un virus invernal y nuestro comportamiento con respecto al propio virus. Así cada nueva ola produce defunciones pero aumenta la inmunidad de la población hasta que se alcance un equilibrio entre la mutación del virus y nuestra capacidad para combatirlo.
En esta sexta ola, las vacunas, una vez que se tiene la pauta completa, han conseguido evitar el colapso en los hospitales pero también han demostrado una pérdida de la protección frente a la enfermedad leve y la infección cuando ha pasado un tiempo. Es decir, la efectividad de la vacuna cae cuando pasa un tiempo y mejora con una dosis de refuerzo. Ómicron ha sido la variante que más ha demostrado este hecho.
La tercera dosis en pacientes mayores de 65 años incrementa en más de 10 veces los anticuerpos que neutralizan el virus de la variante ómicron y todavía más frente a la variante delta. Estas vacunas como las de la gripe o el rotavirus no evitan el contagio ni las enfermedades leves, sino que van encaminadas a evitar los ingresos hospitalarios y las muertes que serían las estadísticas que deberían aparecer en las noticias para ver la efectividad de la vacunación.
Aunque en España ya se aprobó una cuarta dosis para personas inmunodeprimidas y con mayor riesgo, el objetivo debe ser administrar la pauta completa a quienes no tienen ninguna vacuna, más que seguir reforzando a quienes recibieron las dos primeras dosis. En España ya se ha aprobado una cuarta dosis para los inmunodeprimidos y las personas vulnerables con mayor riesgo. De hecho, los refuerzos en corto tiempo podrían producir enfermedades autoinmunes por activación excesiva de nuestro sistema inmunitario y problemas de tolerancia a la propia vacuna, siendo la respuesta inmunitaria menor de lo esperado.
Si una vacuna necesita ser administrada cada 4-6 meses, sin duda, no es una buena vacuna. Si el riesgo de padecer la enfermedad es bajo, como ocurre en la población joven y sana, no está justificada la vacunación de refuerzo porque si el riesgo es bajo, el beneficio también lo es. Evidentemente, no se puede centrar la pandemia solo en la vacunación tratando de evitar las enfermedades leves.
En la última actualización de 26 de enero de 2022, la pauta vacunal en jóvenes ha quedado así: Niños entre 5-11 años con contagio antes de la primera dosis deben esperar al menos 8 semanas y administrar una primera y única dosis de vacunación. En este grupo de edad si el contagio se produce entre la primera y segunda dosis deben esperar al menos 8 semanas y administrar la segunda dosis de vacunación. Adolescentes entre 12-17 años con contagio antes de la primera dosis deben esperar al menos 4 semanas y administrar una primera y única dosis de vacunación. En este grupo de edad si el contagio se produce entre la primera y segunda dosis deben esperar al menos 4 semanas y administrar la segunda dosis de vacunación.
Todo es cambiante cada día y cada semana y con estos artículos pretendo dar un poco de luz a este túnel tan oscuro en el que entramos hace más de dos años manteniendo la esperanza de volver a una relativa normalidad.
