El mundo gira en torno a un balón. Cada vez se hace más difícil encontrar en nuestro planeta algún huequecito que no esté recubierto de cuero. Porque, aunque coexisten muchas modalidades deportivas, sólo tenemos ojos para nuestro querido fútbol. Yo el primero, no me escondo: prefiero ver un partido de contenido vacuo entre dos equipos de media tabla, antes que un espectáculo deportivo de la talla de la Super Bowl o las finales de la NBA. Pero también soy el primero en liberarme del círculo cerrado en el que me tiene atrapado el fútbol, para aplaudir a aquellos que, sin la necesidad de recurrir a un balón, son capaces de elevar a una nación hasta lo más alto del panorama continental. Y Rafa Nadal lo ha vuelto a hacer. Aunque no vengo a escribir el típico discurso para homenajear la consecución de su vigesimoprimer Grand Slam. Su título conseguido en el Open de Australia, es mucho más que un trofeo que pasará a acompañar a una envidiable colección en el interior de una vitrina polvorienta. Con su victoria en Melbourne, Rafa Nadal lanzó un mensaje al mundo. Un lema que ha marcado cada uno de los pasos que ha dado a lo largo de toda una vida dedicada la raqueta: con esfuerzo, dedicación y perseverancia, no existen imposibles. El camino a la gloria nunca es sencillo. Pocos son los afortunados que logran saborear las mieles del triunfo, y muchos los que se pierden en un sendero donde las espinas multiplican a las rosas. Rafa Nadal siempre lo tuvo claro. Con 14 años concedió una entrevista tras ganar una competición, que comenzó a sentar los cimientos de una trayectoria brillante. “Este torneo es importante, pero no quiere decir que vayas a ser muy bueno”. Aquellas palabras marcaron la historia del deporte nacional. Mucho ha llovido desde entonces, y muchas cosas han cambiado. Pero el mensaje siempre ha sido el mismo. Ahora, más de dos décadas después, Rafa Nadal ayuda a niños de todos los rincones del país que, como él, soñaron algún día con hacerse un hueco en la cúspide del tenis. Mientras se especula con la posibilidad de que el Aeropuerto de Palma de Mallorca lleve el nombre de Rafa Nadal, yo fantaseo con la posibilidad de ver la huella de su mano en el Museo del Prado algún día. Porque Rafa Nadal es mucho más que uno de los mejores deportistas de nuestro país. Sé que algún día anunciará su retirada, pero estoy convencido de que su recuerdo permanecerá en la memoria de todos los españoles. Su legado será eterno.
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Pocos son los afortunados que logran saborear las mieles del triunfo, y muchos los que se pierden en un sendero donde las espinas
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